Voy dejando arriba el espléndido sol de este domingo en Barcelona mientras desciendo apresuradamente las escaleras del Metro: línea roja, dirección Santa Coloma, último vagón pescado al vuelo, el alivio de un asiento vacío.
-¡Te ha quitado el sitio, Pau! - chirría en mis oídos resacosos la voz cizañera de una chiquilla, me encuentro con su mirada y una sonrisa torcida por la mala intención.
Pau debe ser el niño algo mayor que está de pie con la nariz aplastada en la ventana. Los padres me miran y reprenden levemente a la niña. Entre líneas, sin embargo, adivino que soy una intrusa en su perfecto grupo familiar de fin de semana, vamos a sacar a los niños. Ni me disculpo, ni me muevo, estoy vencida. Me acomodo en el asiento dispuesta de nuevo a desconectar de todo. Túnel.
- Papá, ¿quién vive en esas puertas?- la voz del niño es débil, soportable.
La misteriosa pregunta me reinicia, me sorprende y se queda conmigo en el aire esperando una respuesta. Ya no soy niña, hace tiempo que dejé de ver puertas en los túneles del metro y de preguntarme quién vivía en ellas. Nunca la formulé, evitaba las respuestas distantes de mi madre, tipo "déjate ya de tonterías, niña, siempre con la cabeza en babia", mientras seguía arremucándose con otro de sus paletos que no sabía que acabaría dándonos de comer aquel día. Permanezco atenta, suspendida. Espero la respuesta y la atención que siempre deseé a lo que nunca pregunté. Ellos no lo saben, yo tampoco todavía, pero ya se habían convertido en carne de teclado y word.
- No vive na...
- ¡Los fantasmas y los monstruos!, le interrumpe bruscamente la presunta niña con hambre de misterio y tono de carnaza. Quién sino.
- Vaya ...como que tú los has visto- frunciendo el ceño, comprendiendo las terroríficas intenciones de su hija. La madre cede sonriente la negociación a su marido.
- Sí.
- Que los has visto, dices- insiste el padre dándole la oportunidad de desdecirse y evitar así alimentar los terrores nocturnos de su hermano mayor.
- Sí - rotunda.
- Están enterrados ahí... -murmura el niño que, impresionado, no ha podido olvidar las palabras de su hermana y ausente ya de la conversación sigue buscando monstruos y fantasmas en el túnel.
La verdad es que un viaje en metro no es muy tranquilizador, si piensas en según qué cosas. Después de esto, no sé qué pasará cuando lo vuelva a coger. Y eso que lo tomo muy de tiempo en tiempo.
ResponderEliminarUn terror con aires de fantasía mortal y pesadilla de increíble belleza. Un cuento que nos recuerda nuestra propia niñez en los túneles del metro; que nos recuerda a esa hermana malvada que todos tuvimos dentro. Maravilloso....
ResponderEliminarYo, algunas veces, también quisiera arrancarme de cuajo de los ojos esa mirada de adulta que me han dado los años.
ResponderEliminarMe cuesta, no creas, porque está bien aferrada a la costumbre.
Tu relato me resulta conmovedor.
Saludos.