Lucía llegó a la estación de Puicerdà con el corazón a cien pero sin miedo. Cuando el tren paró, buscó su rostro en todas las puertas que se iban abriendo, se subiría con él y bajarían en la siguiente estación, La Tour de Querol, el lugar que ella había elegido para encontrarse a solas. Allí estaba, con su parca gris y la mano tendida. Subió y le besó en los labios, su gesto de sorpresa, su corazón a cien, muy asustado. La Tour acogíó el descubrimiento mutuo de sus cuerpos, que se encendieron entre las nieves y el frío de aquel soleado y mágico dia de invierno. Ese día, que cambió sus vidas para siempre, fue el principio de una pasión inagotable, casi adictiva. Encajaron sus besos desde el primer momento, se reconocieron sus pieles como si ya hubieran estado juntas, quizás en otra vida. Nada les era ajeno, nada nuevo. Al atardecer, él se marchó feliz y enamorado, el corazón a cien , sin miedo. Ella le dijo adiós desde el andén, el corazón a cien, muy asustada. ¿Y si no debía volver a verle? ¿ Y por qué no?
Amor y trenes, siempre tan de la mano. Los trenes son tan cinematográficos... Bonito micro.
ResponderEliminarPues sí, Manu, los trenes de la vida casi como los ríos de Manrique. Los que se cogen, los que te pasan de largo, los que se retrasan, el último tren que desesperadamente intentamos coger y a veces se escapa. El primero,...lista se tópicos interminable.
ResponderEliminarInolvidable experiencia. Se complementaron en cuerpo y alma, para siempre, se invirtieron los miedos.
ResponderEliminarArturo