Para no desconocerla diré que Elena no siempre se mostró así: fría, ausente, tan lejos de los que la amamos tanto. Ni una sonrisa, ni una mueca, ni una palabra, ni un pequeño atisbo de lo que ella había sido.
¿Y sus ojos? Esos no son los ojos de mi Elena: los suyos me amaban, me odiaban, me deseaban, me echaban de menos, me sonreían, me lloraban.
Yo debí estar aquí cuando me necesitaron, cuando sus manos me buscaban, cuando parió a nuestra hija. Hoy, sin embargo, vítreos y con las pupilas dilatadas, ni siquiera me culpan.
Miro a mi alrededor: todos esperan con rencor que sea yo quien los cierre para siempre.
Texto que me deja un puño frío en el centro del pecho...
ResponderEliminarMuy potente escrito, amiga.
Mis abrazos grandes para ti!
Un escalofrío ha recorrido mi espalda al terminar de leer el relato. No he podido evitarlo.
ResponderEliminarSaludos, y un abrazo.
¿Es una historia o el germen de una historia? Los que nos alimentamos de historias te agradecemos tus publicaciones. Un abrazo!
ResponderEliminar¡Excelente micro! Muy buen cierre.
ResponderEliminarESTREMECEDOR.... Y CONTINGENTE. DESATA MIL EXPERIENCIAS PERSONALES-COLECTIVAS GRACIAS
ResponderEliminarExcelentee... sus ojos muestran melancolía... me encanto saludos!
ResponderEliminarIsabel, la muerte siempre será motivo de reflexiones internas y externas. Suerte en el concurso.
ResponderEliminarYa conocía tu sitio, alguna vez anduve por acá, pero el tiempo no siempre lo permite.
Mi blog principal (de minificción) es http://cuervosparatusojos.blogspot.com
Nos leemos.Saludos.