Cuando me desperté seguí con mi muerte como si nada.
Jamás hubiese imaginado que de muerta soñaría que estaba viva y que disfrutaría de ese privilegio que los sueños tienen de vivir en ellos a la carta.
No siempre fue así, me refiero a ser consciente de que había muerto y de mi nueva existencia paranormal, más bien fui una escéptica con las cuestiones del más allá.
Al principio la confusión me llevo a un estado de ansiedad insoportable, pues no había tenido tiempo de asumir mi fallecimiento cuando de repente aparecí aquí, encerrada, sola, en la más absoluta oscuridad. Seguía tan apegada a mi cuerpo que tardé mucho tiempo en comprender que él tenía que quedarse en ese pequeño espacio bajo tierra en el que lo enterraron, angustiada, sin poder moverme, sin tiempos, viva. Tampoco me lo puso fácil el haber vivido en la Edad de La Mentira, donde el espíritu se había quedado enganchado a nuestros culos, a su vez aposentados en los sofás de nuestras casas, de nuestras segundas residencias o en los asientos de piel de los autos de última generación, con sus GPS y sus manos libres. Ni siquiera en mis sueños de finada lograba desprenderme de esa imagen de mujer moderna siglo XXI, Primer Mundo.
Al principio la confusión me llevo a un estado de ansiedad insoportable, pues no había tenido tiempo de asumir mi fallecimiento cuando de repente aparecí aquí, encerrada, sola, en la más absoluta oscuridad. Seguía tan apegada a mi cuerpo que tardé mucho tiempo en comprender que él tenía que quedarse en ese pequeño espacio bajo tierra en el que lo enterraron, angustiada, sin poder moverme, sin tiempos, viva. Tampoco me lo puso fácil el haber vivido en la Edad de La Mentira, donde el espíritu se había quedado enganchado a nuestros culos, a su vez aposentados en los sofás de nuestras casas, de nuestras segundas residencias o en los asientos de piel de los autos de última generación, con sus GPS y sus manos libres. Ni siquiera en mis sueños de finada lograba desprenderme de esa imagen de mujer moderna siglo XXI, Primer Mundo.
Para cuando tomé conciencia de mi nueva realidad, de mi cuerpo quedaba más bien poco. Lamentablemente, dada mi acusada dependencia, tuve que asistir al repugnante espectáculo de su descomposición, un lento y humillante proceso en el que sufrí lo indecible. Mi espíritu también se deterioraba y no podía vislumbrar ningún otro final que el de desaparecer totalmente, cada vez me sentía más muerta, la depresión estaba acabando conmigo. Fue entonces cuando oí tu voz - aquello no fue un sueño- entrecortada por el llanto, me decías que no habías tenido fuerzas para venir a verme antes, que me echabas de menos, que nuestro perro sigue esperándome todas las tardes en la puerta a la hora en que solía llegar del trabajo, que tú también, que nuestra pequeña sigue preguntando, que tú también, que mis padres no han podido superarlo, que tú tampoco, que por fin había sido capaz de mirar la fotos y de leer todos mi relatos, que me quieres, que me odias, que volviste a trabajar pero que estás muerto por dentro, que te perdone. Supe, por ti, que llevaba un año aquí metida y por primera vez sentí que mi alma ya no estaba entre mis huesos y salí.
Han pasado dos años y desde entonces mi presencia te acompaña todos los días al trabajo haciéndote sentir que no estás solo, y sonríes y no sabes por qué, tú lo atribuyes a aquel día, al alivio de la culpa, al final de un largo duelo, pero soy yo que he vuelto, soy yo que ahora entiendo. Por las noches sigo viva contigo en todos y cada uno de mis sueños y hacemos aquel viaje que tanto deseaste y para el que nunca tuve tiempo y papá sobrevive al infarto y yo dejo aquel trabajo anodino y escribo, Darko a mis pies dormitando, y publico mis relatos, y mamá los lee y entiende alguno, y la niña ya no es una niña, y casi estoy acabando la novela y me traes un café caliente con un beso y te quiero.