31 de julio de 2013

¡JODIDO PEDIGREE! (revisado)

        
Conocí al Golden blanco en una de mis visitas periódicas a la tienda de animales del barrio. Solía ir a ver a los cachorritos en sus pasillos alargados y estrechos llenos de paja.

- Hola Dex, mi chico, ¿qué pasa, guapo? ¡Ai, mi chicorrote! - acaba de llegar al estudio donde escribo, suele hacerlo cuando hace un ratito que no me tiene controlada -  ya bajamos chicorrote, espera que te estoy escribiendo.


Los peques se ponían de pie apoyados en el cristal esperando agradarte y que los sacases de allí. Me daban pena: sin nombre, esperando, sin paseos, sin mimos, sin amo. Él llegó con dos meses y medio y desde el primer día despertó en mí un sentimiento especial, era muy grande al lado de los demás y   aún así todos sus gestos y piruetas eran igual de infantiles.

Le habían puesto precio a su cabeza, a sus patas, a su miradita tristona, a su pelo blanco y mullido de Golden Retriever: 900 euros, una locura, una vergüenza.

Su historia está unida a la de Darko, un cachorrito de pastor alemán que...

- Ahora te bajo Dex,  venga vámonos, luego sigo. 

Ya está, por dónde iba: ...que mi hijo trajo a casa temporalmente hasta que acabasen de arreglar su apartamento. Es importante Darko para Dex pues con él nació en mí una clase de amor nueva, una más, el amor a un animal, una mezcla de cariño, protección, responsabilidad, carantoñas, lametones, riñas,...

Darko estuvo dos meses en casa durante los que pasó de ser una bolita de peluche asustadiza y juguetona a un cachorro de cuatro meses enorme y negro de ojos castaños y brillantes, con una personalidad que ya apuntaba maneras, las maneras de Darko, su dualidad, cariñoso y tierno a veces, altivo, señorial y distante, otras. No respondía a mis caricias siempre, sólo cuando le apatecía, ni podías comprarle mimos con una chuche apetecible. Así es Darko: inteligente, esbelto, negro, fuerte, todo pasión, líder de manada que vuelve a ser bolita de peluche de vez en cuando, cuando le da la real  gana. Medio en broma siempre digo que a Dex le quiero, le adoro, es un dulce,  pero de Darko estoy enamorada. Seguimos hablando de perros.

Cuando partió a su propia casa, el vacío que dejó en la mía era casi incomprensible para mí. ¿Cómo podía echarle tanto de menos? ¿Cómo podía sentirme tan extraña sin aquellos largos paseos con él?. 
Iba a visitarlo siempre que podía, pero no era lo mismo, "mamá qué pesada, tienes que tener tu propio perro", "que no,  que yo adoro a Darko, con que lo pueda ver y pasear, es suficiente", pero no era suficiente.

Fue así como empezaron mis incursiones en las webs de adopción de cachorros, protectoras, criadores, etc.... la decisión estaba tomada, en junio, con la llegada de las vacaciones, buscaría un perrito.

Mientras tanto seguían sucediéndose las visitas al escaparate de cachorros, en el pasillo 1 el Golden blanco seguía creciendo, ya tenía cinco meses y no había conseguido un amo. Algunos días, Vanesa, la cuidadora de la tienda, lo había sacado para que lo viese de cerca y lo tocase, no con la intención de vendérmelo, pues sabía de sobras que no lo compraría.

Pocos días antes de Navidad subí a verlo, ya no estaba, lo habían vendido: pena y alegría al mismo tiempo, por fin tenía una familia, una casa con terreno, tres niños muy agradables, Vanesa estaba satisfecha, en la tienda todos querían ya al Golden blanco sin nombre de seis meses que aún no había pisado el exterior y que atendía a sonidos bucales y chasquidos de dedos, sus vínculos más estrechos los había establecido con ellos. Sentí alivio por él y por mí, pues poco faltó para que cometiese la locura de sacar la visa y quedármelo.

El día cuatro de enero, subí como siempre a saludar a Vanesa y felicitarle el Año Nuevo y de paso, claro está, ver a los que cachorrillos. 

No podía creeerlo, estaba allí, lo habían devuelto, había sido un regalo sorpresa que no encajó bien la obsequiada. No se puede regalar un perro. Había estado una semana con ellos y la mamá no aceptaba la situación, bastante trabajo tenía ya con los tres niños. El hombre había llegado a la tienda con el rabo entre las piernas, disculpándose por los codos, con todos los accesorios del perrito bajo el brazo, entre ellos una correa maravillosa y navideña de charol rojo. Que le iba a costar un disgusto con su mujer, que los niños se habían quedado llorando, que lo sentía mucho. Le habían llamado Toby, pero Vanesa enfadada con la situación le cambió el nombre, Toby no le pegaba nada a un cachorro que sería un adulto grande y majestuoso, no habían entendido nada. Y lo llamó Dexter.

El resto ya lo saben, está conmigo, me lo traje aquel mismo día, tuve que pagar un precio simbólico porque en las tiendas de animales no tienen autorización para dar perros en adopción.

Yo te llamé Dex, me has cambiado la vida y te adoro.


23 de julio de 2013

FORA TEMPO leido por " La voz silenciosa" (revisado)


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     En las ciudades hay lugares que están entre paréntesis. 
      No es fácil descubrirlos, no se encuentran buscándolos como los otros. Lo sé porque me salen al encuentro, súbitamente, abordándome, sin tiempo para cambiar de acera como suelo hacer ante lo desconocido. Lo sé porque me detengo involuntariamente, sin motivo, miro a mi alrededor y los veo. Esos lugares te llaman. Luego ya, los conoces y te quedas. Y vuelves.

   En ellos el tiempo transcurre de otro modo, fuera de los cauces habituales de lo cotidiano, a gusto del consumidor. Se detiene, retrocede, avanza más deprisa o más despacio, al ritmo de mis sensaciones o de mis pensamientos. Es inútil mirar la hora, ayer había pasado un minuto cuando pensé que eran horas, hoy ha pasado una hora vivida como un segundo.
Sólo a veces, cuando el reloj mide el tiempo de los otros, hago una pausa.
      Entonces, una mujer tiende una lavadora oscura de ropa masculina en uno de aquellos balcones “otra tanda , la última." "Y esa mujer, y que sigue sentada en el parque, lleva por lo menos cuatro horas, vaya ganas, con el frío que hace”. Diez minutos. Disimuladamente disparo mi cámara, me mira. Un hombre pasa con la bolsa del pan en una mano y el periódico bajo el brazo “a ver si ha llegado ya el abuelo y no habrá que ir a buscarlo”. Me mira. Dos minutos. Un niño pasa corriendo atado a un perro, medio minuto, una caída, me mira, llanto, ladridos. El hombre deja el pan y el periódico en un banco y vuelve a consolarlo y recogerlo. Cinco minutos. El anciano, atraviesa el espacio lentamente, con dificultad: 
    - Buenos días- con sonrisa, parándose.
   - Buenos días - las palabras me salen con sonrisa también, pero con dificultad.
   - Hace bueno hoy - se acerca-, un poco de frío, pero al sol se está bien.
    - Se está bien, sí- yo, parca.
   - Ale, hasta otra, guapa, - vuelve a arrancar- me espera el hijo para comer.
    - Adiós, no se entretenga que le he visto pasar hace un rato. Treinta minutos.

       La mujer, que sigue sentada en el parque, enciende un cigarrillo. Mira el reloj y sonríe. Recuerda en ese momento que tiene que poner un programa corto para sus cuatro prendas, las que más usa, las más cómodas., mandar cuatro mails, hacer cuatro cosas. Hoy no le ha dicho nada su hijo de ir a comer con ellos. Vuelve a sonreír cuando piensa en su nieto. Mira el reloj. Hace otra foto. Cinco horas.

       En las ciudades hay personas que están entre paréntesis.

SIN MÍ (revisado)

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Como tantas veces había hecho de niño, me escondí. ¡Dani! Entonces lo hacía en aquel  baúl de ropas viejas que conservaba el molde de mi cuerpecillo desde la última vez. Desde allí oía mi nombre a gritos, ¡Daniel!,  la ira en los pasos que se acercaban al lugar de siempre, los latidos de mi  corazón que se había ido haciendo un sitio en mi garganta, ¡Daniel Fernández!, mi llanto estéril  que nunca había podido evitar que él me arrancase de allí entre gritos y golpes,  como siempre. Luego llegaba el alivio, cuando por fín acababa, y se iba, y me dejaba allí en el suelo, abandonado entre el desorden de los trapos manchados de sangre,  un feto encogido que nunca debió nacer para vivir así. Aquella   mezcla pastosa de olores, a naftalina, sangre, semen y alcohol; aquel sabor salado de mis mocos y mis lágrimas, tan inútiles como yo, nunca he dejado de sentirlos incluso  en  situaciones como la de hoy,  sigo escondido con ellos en aquel baúl.  cada vez más encogido,  un feto grande al que apenas le queda un resquicio para empuñar un bolígrafo y sostener un cuaderno entre sus manos de viejo. 
-  ¡Daniel Fernández!- salgo finalmente a recoger el premio. 
Todos me  miran y me aplauden, creyendo que estoy aquí, pero yo tampoco me quiero. 

NADA QUE PERDER (revisado)



Algunos lloran, otros ríen, pero en realidad están todos llorando a su manera:  esta vez,  la inmensa ola que ha sacudido la embarcación no se me ha llevado por delante. 
La vida que me espera al otro lado del estrecho me anima a asirme con más fuerza a la barcaza: yo no lloro, sonrío cada vez que sobrevivo a una embestida. 
Dejé atrás el infierno, morir es lo de menos. Ahí viene otra.

Ilustración "¿Por qué vienen?" de  Juan Luís