EL CORAZÓN A CIEN
Lucía llegó a la estación de Puigcerdà con el corazón a cien pero sin miedo. Cuando el tren paró, buscó su rostro en todas las puertas que se iban abriendo, se subiría con él y bajarían en la siguiente estación, La Tour de Querol, el lugar que ella había elegido para encontrarse a solas. Allí estaba, con su parca gris y la mano tendida. Subió y le besó en los labios, su gesto de sorpresa, su corazón a cien, muy asustado. La Tour acogió el descubrimiento mutuo de sus cuerpos, que se encendieron entre las nieves y el frío de aquel soleado y mágico día de invierno. Ese día, que cambió sus vidas para siempre, fue el principio de una pasión inagotable, casi adictiva. Encajaron sus besos desde el primer momento, se reconocieron sus pieles como si ya hubieran estado juntos, quizás en otra vida. Nada les era ajeno, nada nuevo. Al atardecer, él se marchó feliz y enamorado, el corazón a cien, sin miedo. Ella le dijo adiós desde el andén, el corazón a cien, muy asustada. ¿Y si no debía volver a verle? ¿Y por qué no?
Isabel González
Barcelona (España), 2010
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Imagen: ©Pedro Herrero. Barcelona (España), 2010
Muy buen texto, Me ha gustado.
ResponderEliminarEsos encuentros tan apasionados...
Un saludo.
No hay velocidad límite en las autopistas del amor. A 100, a 120, a 140, l/m....Y aunque también se corre el riesgo de sufrir un accidente (cardiovascular), vivir esa experiencia es imprescindible. Como leer tus relatos. Un beso
ResponderEliminarPrecioso, Isabel. Siempre logras ese toque mágico en unas breves líneas.No necesitas más para encadilarnos. Un abrazo.
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