Bosque de la tranquilidad
Imagen de Damas Art
Dormida y desnuda bajo el viejo árbol, cargado de rojos y de aromas, yace la adorable Cecilia abandonada. Pausada se despereza dejando que sus pechos relajados se derramen. Al poco ladea ligeramente el cuello, rendida y entregada. Uno de sus muslos se eleva lentamente ocultando, sin quererlo, el movimiento de su mano. Sus ojos cerrados premeditadamente, el gesto de placer de su sonrisa y el rítmico jadeo que surge de sus labios entreabiertos, compiten con el sonido del aleteo de unos pájaros que huyen como si presintieran algo. Es entonces cuando Cecilia, zénit exaltado, vuelve la vista hacia la vieja valla. Conoce de sobras mi trayecto y mis horarios. Ya sabe, desde hace rato, que yo la estoy adorando.
(Se lo dedico especialmente a mi amiga Milagros, que le gustó tanto.)