Relatos breves

Barcelona, 8 de febrero de 2010.

Nos quedamos en blanco aquella tarde. No supimos qué hacer ni qué decir. Deambulábamos sin rumbo y sin sentido. Millones de personas en todas las grandes ciudades del mundo repetían la misma escena. Algo nos impedía volver a nuestras casas. Ningún recinto cerrado de la ciudad podía ser traspasado por nuestros cuerpos. Durante meses sobrevivimos en la calle. En las noches más frías, los cajeros se llenaban de durmientes desarrapados y sucios. Cualquier recoveco antes ignorado de la ciudad, servía para guarecerse del frío, del calor o de la lluvia y se convertían en territorios disputados y defendidos con la propia vida. Bajo los puentes de los ríos y de las autovías destellaban luces de hogueras encendidas en torno a las cuales se reunían gentes de todas las edades. que permanecían en silencio sin saber que decir, paralizados aún por el shock de aquel extraño suceso que había puesto patas arriba sus vidas, el bienestar en el que, hasta entonces, habían crecido y que les dejaba ahora en la situación de empezar de cero.

En las casitas de madera de los parques, refugios improvisados de cualquiera, ya no jugaban los niños a recrear la vida anterior a la catástrofe.  Los edificios que la crisis mundial había dejado a medio terminar ofrecían también rincones para sobrevivir a las inclemencias del tiempo. Los grandes parques de la ciudad apenas ofrecían refugios, con algunas escasas excepciones: El Laberinto de Horta, que albergaba grupos humanos entre sus setos. Algunos envelados en el Pueblo Español. El mamut de la Ciudadela, con sus gruesas patas cubiertas de cartones, donde una anciana, que apenas salía porque el hambre la había dejado sin fuerzas, dormía junto a su famélico perro que la protegía a ladrido vivo de todo el que se le acercaba. La bóveda de columnas del parque Güell dónde ya no cabía un alma esquivando la lluvia y la nieve, que no el frío , mucho mayor en la zona alta. Las arcadas de la Plaza Real, llenas de pequeñas edificaciones artesanas hechas con las sillas de las pocas terrazas que prematuras ya las habían dispuesto en esas fechas.

Cuando empezaron a escasear los pocos alimentos que se habían podido recuperar de los contenedores y de las pocas paradas exteriores que quedaban en los mercados locales, comenzaron los asaltos y los robos, ataques crueles, a muerte si era necesario, para poder llevar algo a la boca de los más pequeños y los más mayores y finalmente a las propias. Los huertos urbanos de los jubilados habían sido saqueados y en su lugar, la nieve revuelta y sucia, removida con una desesperación inaudita para recoger las últimas hortalizas antes de que se helasen.

Ya no quedaba cartón para taparse por las noches, ni ropa en los contenedores, ni envases para transportar el agua de las fuentes, ni bolsas, ...y herramientas...nadie tiraba herramientas. Los últimos vidrios desaparecieron a la espera de que el sol, si es que aparecía algún día , nos ayudase a hacer fuego. Los mixtos y mecheros eran ya historia o privilegio de los pocos fumadores que quedaban y que en los últimos años de persecución habían hecho acopio de ellos en colecciones privadas y clandestinas.

Cuando empezaron a aparecer los primeros muertos anónimos y solos, los mirábamos de reojo, los rehuíamos y el miedo se apoderaba de nosotros. Algunos pocos seres que conservaban aún cierta dignidad se decidían a enterrarlos pero a los pocos días eran profanadas sus tumbas sin piedad, imagino que para comérselos.

Fue entonces cuando me decidí, como tantos otros, a marchar con mi hijo y mi mujer al bosque, al campo, a empezar de nuevo, a escarbar la tierra con mis propias manos si era necesario, a las cuevas otra vez, a las casas de adobe y paja , a recolectar, a sembrar si podía, a cazar y pescar lo que quedase, si es que quedaba algo. A empezar de nuevo.

Hoy cuento a mis nietos la historia del aquel día en el que todos nos quedamos en blanco. Aquel fenómeno extraño y apocalíptico que llegó con la nieve un ocho de marzo y que formará parte de la leyenda porque nunca supimos encontrarle una explicación. Martita, que era mujer y más lista, se preguntaba extrañada cómo se podía vivir de otra forma que no fuese de la tierra y el ganado. En el poblado habíamos empezado a a enseñar a nuestros niños la escritura y ya teníamos una promoción de escribientes de nuestra pequeña historia pero los que habíamos vivido de otra forma conservábamos el secreto de nuestra sabiduría tecnológica y científica porque estábamos convencidos de que aquello fue un castigo a nuestra prepotencia, nuestra insolidaridad y nuestro divorcio de la tierra.


Diciembre de 2009 d. C.


La gran demostración de que no todo sucede cuando toca o por que toca es este diciembre que os habla inconformista y  que se niega este año a ser un diciembre más ,gélido y frío, a vestirse caliente y en  oscuros.
Envidio los  cuerpos estivales de las gentes tapadas más bien poco, esos ríos humanos callejeando y voceando en las terrazas de los bares, sus actitudes ociosas al salir de sus trabajos, la distensión vacacional con intenciones permanentes de disfrute.
Siempre odié ser el mes de la paga doble  para pagar cosas y le envidié a julio su remuneración extraordinaria  productiva en proyectos, viajes y disfrutes. Y  recelé de ese agosto  aventurero y viajante mientras yo alcanzaba año tras año  el guiness de  las nostalgias, tristezas , ausencias, depresiones y suicidios.
Siempre ansié de los veranos y las primaveras ese extra de sangres alteradas, de carne apasionada, de polvo enamorado y su baile de feromonas solsticiero alrededor de un fuego ancestral  y callejero.

Y la luz. Y el color de  exterior de las pieles y los rostros. Siempre quiso ser una habitación con vistas. Todo exterior. Primera línea. Hace siglos que convivo en interiores.
Recuerdo sin embargo con nostalgia aquellos tiempos en que los interiores eran - por la noche y por el frío- calor de hogar encendido, costura, cocina y libros y una radio de fondo acompañando los juegos de los niños, los cuentos  en las rodillas del abuelo, el mus , la  ronda y el cinquillo. Aquellas casas con rincones misteriosos donde siempre se hallaba algún baúl de olvidos, algún cajón de cómoda desconocido, algún objeto con alguna historia que narraban los padres a sus hijos , que contaban los abuelos a su estilo con aquellos  ajustes necesarios para enseñar de paso algo , para trascender, para quedar por siempre en la memoria de algún niño.

Ultímamente es  el  escenario  de hogares vacíos cuyas gentes andan en extraescolares, en  un inacabable ir y venir de los trabajos, de los exámenes, de las oficinas de empleo, de los currículums, con bolsas , con carros y  con niños; en un continuo  "vámonos ya del parque, niño, que hay que comprar cenar y hacer deberes " " estoy cansada , que ganas de cerrar" " por fin mañana es viernes".

Últimamente comparto interiores nerviosos y cansados  donde conviven repúblicas independientes de consolas, televisiones  y partidos, algún libro de texto y muchos mandos a distancia compartidos. Asisto a sueños intranquilos, de despertador, de mucho mal dormir, de insomnios a pesar del cansancio atesorado que no consiguen reparar los ansiados weckends. Intensivos de limpieza, orden y despensas, de operaciones  de mantenimiento de esta micro-empresa que es la vida , de reparar y preparar para poder abrir las persianas de otro lunes sin que el caos entorpezca las rutinas, el ir y venir de los trabajos, el trajín de  las extra-escolares, los deberes, los parques, las bolsas, los carros. Círculos cerrados que interseccionan poco y mal en sus caminos.

No es de extrañar que este diciembre que les habla se tomé por fin año sabático, porque nadie está haciendo lo que toca y ya estoy harto,  agotado de insistir en mantener esos ciclos que antaño servían al hombre a dirigir sus pasos pero que hoy  son  sólo obstáculos. Y  si jugamos a alterar las cosas, a cambiar el clima, a ganar dinero, a gastarlo, a perderlo, a desearlo, a  soñar ser felices en fines de semana y vacaciones, e incluso a desear lo indeseable , por ilegal, inmoral o utópico ...pues yo he decido dejar de tener frío.

A vosotros, los de Copenhague me dirigo. ¿Os parece mi argumentación un buen motivo? Pues  aunque no sea así yo os digo:  que van a  quedarse en los armarios los jerseys y los abrigos, que no vais a vender guantes  ni bufandas este año, que ya estoy cansado de tanto desatino, que dejéis de venderme imágenes, palabras y vídeos. Que nada va a cambiar, que no hay vuelta atrás  si no es uno a uno ,  ... y yo empiezo.
Este no será un diciembre frío. Se resentirá el verde de las plantas porque la nieve no cubrirá montañas ni llenara ríos. Quedara tal vez el manto de la tierra empobrecido, no han caído las hojas suficientemente ni allá donde debían haber caído. Estallaran tormentas y huracanes en los ojos y en los cielos como quizás nunca se han visto. Se secarán las tierras y las almas o se inundaran aleatoriamente sin poder aplicar algún criterio a tanto desatino. Se quejaran algunos animales  por la falta de alimento o de cobijos pero yo... me rindo. Yo no quiero hacer lo que me toca. A mí me habéis cansado. Yo ya no encuentro motivos. Ya no compensa este frío.

P.D.
Desde hoy falto a mis obligaciones como invierno, me voy de vacaciones a algún sitio.