23 de mayo de 2012

LA ESPERA



      Existen también lugares como éste: círculos rotos con oberturas para entrar en ellos, para salir o para quedarse siempre. Nadie se queda para siempre. Ni siquiera yo.
El círculo concentra agua, como todo,  siempre regresamos al agua. Pero ésta es sumisa, estanca, verde. Es hermosa. ¿Qué miras? pienso. La tórtola que bebe en la isleta de piedra que marca el centro, ladea su cabecilla interrogante, se percata de mi presencia y estudia las posibilidades que tiene de permanecer un poco más de tiempo para acabar lo que ha venido a hacer. Puedes hacerlo, soy inofensiva. De momento.
Yo también lo hago y nos aguantamos la mirada. A ver quién puede más. Cada una a lo suyo. Yo estudio las curvas envolventes de este lugar redondo. Tú, bebe. Desde el banco en el que me senté hace un rato, en este espacio que me rodea literalmente, me como con los ojos el puente de madera que lo cruza y los otros siete bancos vacíos, inquietos, ellos también te esperan. Mi vista gira despacio deteniéndose en los detalles que a su vez, en sentido inverso,  también giran. Todo vuelve a su sitio. Todo se encuentra.
Alguien soñó aquí una cápsula del tiempo, una pequeña arca con un poquito de todo, no sea que mañana nos traicione la memoria y no sepamos lo que era un pino, un ciprés, un olivo, un falso naranjo, otro pino, un chopo, más pinos, otro olivo. Me estoy mareando. Dos farolas de copa redonda y blanca. El estanque, el puente, la isleta de piedra, la tórtola. Ya no me mira. Quizás piensa que formo parte de la cápsula, una mujer quieta, ladeando la cabeza, estudiando las posibilidades que tiene de permanecer, la paciencia de esperarte. Puedes venir. Soy inofensiva. De momento.
Y llega. Y está cambiando el tono de las cosas. Siento su calor débil de finales de invierno y veo esas luces rojas que se ven con los ojos cerrados. Ahora sí, ya siento la piel, percibo mi sonrisa, suspiro satisfecha.