17 de abril de 2010

vivir sin etiquetas

Una pintura de Begoña Moral Costa

La población de personas sin ojos en la cara aumentaba con el paso de los años. Los de la nuca les desorientaban, mareos y vértigos constantes, como viajar permanentemente en el sentido contrario de la marcha. No siempre había sido así, al principio el desplazamiento de su primer ojo fue casi imperceptible, poco a poco, año tras año, se les desubicaba uno. Casi no les importaba, tuertos en todas direcciones, pero con una visión completa de sus vidas, su pasado, su presente, su futuro, hasta que ocurría. Entonces todo cambiaba radicalmente, como zombies se movían con lentitud, palpando, a tientas, rectificando contínuamente sus caminos, equivocándose.
Producían poco  y su historias se llenaban de accidentes de trabajo, de bajas laborales, de depresiones, de despidos improcedentes, de incapacidades totales y parciales. La mayoría acababa viviendo en la calle, de banco en banco, de la limosna de los más jóvenes que aún no tenían un pasado al que mirar. Su final era quedarse inmóviles en algún parque, confundiéndose con esas estatuas humanas a las que las  gente  tira monedas para verles cambiar de posición. Al principio lo hacían, sólo por sentirse útiles y no defraudar, hasta que la fuerza les abandonaba y caían desplomados de inanición y pena con su rostro ciego  estampado entre las monedas de céntimos de euro. Entonces algun alma caritativa cerraba ceremoniosamente sus inútiles ojos traseros para siempre.

3 comentarios:

  1. Al dormir, tardavan varios minutos en cerrar todos su ojos, y al llorar, morían deshidratados.

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  2. Cualquier día, Isabel, una mutación similar nos situará cará a cara frente a nuestro destino. ¿Y si la mutación se hubiera producido ya en sentido contrario? Inquietante y magnífico este relato, no sé si más cerca de Lovecraft que de Kafka.

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