Días antes de la triste anegación, el pueblo hace sus maletas y recogiendo todos sus enseres materiales, abandona sus recuerdos, que quedaran impregnados para siempre en sus piedras y sus calles mojadas.
El traslado involuntario, unos metros mas allá, desubica bruscamente su memoria histórica, todos los escenarios y todas las perspectivas de las imágenes almacenadas en su retina.
Franco indulta la casa de dios -como si fuera mas importante que las suyas propias...- y unos cuantos edificios más civiles y religiosos en un difícil y costoso salvamento, numeradas piedra a piedra, y ensambladas una a una en su nuevo emplazamiento. Cree así el dictador salvar el espíritu del pueblo.
Todavía hoy, en las temporadas en que baja el nivel del pantano, emergen los cadáveres hinchados de las antiguas edificaciones, el malecón y el primitivo puente en avanzado estado de descomposición, con sus miembros amputados y sus vísceras al aire. La sensación de duplicidad es espeluznante. Una clonación indeseada. . La extrañeza repulsiva, inquietante y triste de exhumar el propio cuerpo en vida. Para Portomarín son días de una convivencia paranormal con su fantasma.
Hombres y mujeres de avanzada edad acuden al viejo puente y murmuran intentando reconocer a sus muertos flotando en el lecho del río mientras un escalofrío les recorre el cuerpo y algunas lágrimas contenidas brillan en sus ojos.
Los mas jóvenes intentan ubicar los relatos y las batallitas de sus mayores embargados por cierto aire de romanticismo añejo ,entre la tarde y la noche y entre un beso y otro beso.
Los foros de las webs del pueblo se llenan de este tipo de nostalgias que se convierten en visiones surrealistas cuando el pueblo decide salir y manifestarse para recordarles su pena a los que la imaginan, a los que la conocen y a los que la vivieron.
Volver a empezar cuesta mucho más si se asiste periódicamente a la exhumación de los recuerdos.
365 palabras y no obstante...
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