8 de abril de 2010

Rosas para Magalí

Collioure, 2010
Magalí nunca entendió su sacrificio para salvar a aquel pueblo que siempre despreció su linaje. Entre su mirada suplicante y el cielo, las ramas de aquel cerezo en flor al que la ató su amado y abatido padre, florecían insinuantes y provocativas, como vírgenes dispuestas a entregarse al hombre que lascivamente aparecía en sus sueños al caer la noche. ¿Por qué la odiaban tanto? Ella no había elegido ser quién era y nunca hizo ostentación de sus orígenes, ni de su belleza que hasta ahora sólo la habían privado de su infancia y de su juventud. Cómo había envidiado desde su ventana, a hurtadillas, la libertad de esas muchachas corriendo por campos con los pechos al aire perseguidas entre risas y jadeos por sus amantes en celo. Y sin embargo allí estaba, en prenda, purgando no se qué pecados que jamás había cometido.

Otro bramido espeluznante interrumpió sus sueños y estremeció su cuerpo. ¿Por qué no acababa de una vez? ¿Por qué no mostraba su hórrido cuerpo y sus fauces asesinas ante ella? Llevaba horas sintiendo el calor de su aliento en la nuca que provocaba, con cada espiración, un huracán de rizos rojos que le cubrían momentáneamente el rostro. En ese momento, el dolor de su pechos y de sus brazos oprimidos por la soga, se hizo más agudo, dejándola sin respiración. Magalí se desvaneció de nuevo. Tras ella unos enormes y brillantes ojos embelesados, que ya nunca podrían dejar de mirarla, dejaron caer dos lágrimas antes de cerrarse para siempre, vencidos por el profundo dolor de jamás poder recibir el amor de la princesa , de no poder cuidarla y protegerla hasta la muerte. De sus lágrimas nació un rosal que crecía inusitadamente envolviéndoles de rojos, de aromas y de espinas.

Cuando apareció Jorge, esbelto en su montura, se acercó cautelosamente con su espada alzada, dispuesto a sorprender al monstruo yerto del que tanto había oido hablar y que creyó sumido en un profundo sueño. Hundió su espada en el corazón ya muerto del dragón y se dirigió presto y conmovido a auxiliar a la joven prisionera. Con gran esfuerzo, procedió a retirar las gruesas cuerdas que aprisionaban su frágil y dañado cuerpo. Cuando por fin consiguió desatarla y tras comprobar que aún respiraba, la cogió entre sus brazos delicadamente, la recostó sobre su pecho y retiró los cabellos que le cubrían el rostro. Cegado por su palidez y su belleza, atraído por el desmayo de sus labios apenas sin color, ausentes y entreabiertos, no pudo resistir el beso. Con sumo cuidado la depositó inerte sobre el suelo y conteniendo la excitación viril que se desató en su cuerpo fue limpiando los rasguños ensangrentados de su cara y de sus brazos. Luego retiró una a una, de sus senos, las espinas de aquel rosal que se le había resistido tanto. Cuando hubo terminado, confundido, dejó de tocarla y se apartó de ella bruscamente, temeroso del calor que desprendía su cuerpo y del suyo propio. Más tranquilo, mientras esperaba que sus ojos se abrieran de un momento a otro, la observó. Sus manos eran delicadas y finas como sus vestidos y el valioso brazalete en su muñeca con el sello real no admitía la menor duda. Era Magalí, la princesa.
Acto seguido y movido ahora por la avaricia del poder y de la fama que el destino había puesto en su camino sin más lucha que la de dominar su deseo por aquel cuerpo de mujer, preparó meticulosamente su versión de los hechos. En aquel viaje, camino del castillo, al trote, con su armadura, su lanza, su rosa, su princesa y su media sonrisa , se forjó la leyenda.

3 comentarios:

  1. Hay muchas leyendas que ocultan una terrible realidad, muchos villanos se han hecho heroes.
    Como acostumbras, siempre me sorprendes.
    Besos Isabel

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  2. Isabel me encantan tus preciosos relatos. Tienes una facilidad impresionante, para decir mucho con pocas palabras. Todo un arte!!

    Besos

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  3. Profunda visión que revela como muchos aprovechan la circunstancia para crear su propia leyenda;y ésto es más que cierto,que los seres protagónicos son los más ávidos de nutrir su propia mitología.

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