No sé como llamar la atención de Isabel cuando está ahí dentro con toda esa gente. Hoy no para de hablar con la familia de un tal Ignasi Raventòs, todos llenos de piercings y tatuajes, pesados a más no poder con sus charlas de tinta y sus agujeros anímicos.
Ya no sé que hacer. He utilizado todos los recursos que estaban a mi alcance: fui sigilosamente hasta su habitación y conseguí la zapatilla prohibida, la rosa, la que provoca en ella esos aspavientos tan divertidos persiguiéndome por toda la casa con ese "no" tan familiar que ella piensa que me perturba y a mí me resulta tan motivador.
Después fui al lavabo y me traje ese otro objeto que provoca idéntica respuesta en ella, un objeto cilíndrico hueco y marrón que no sabe a nada pero que se destroza apetitosamente y se deshace en mi boca.
- ¡Noooooooooooo!, ¡eso no!- me ha pillado.
Ha cerrado las puertas de los objetos prohibidos. Cuando esas puertas se abren, por olvido,claro, se abre el cielo.
Mi ama sigue tecleando. Es un ruido agradable que a veces me hace conciliar el sueño pero otras me exaspera y me aburre soberanamente, como ahora.
Por fin se han ido los cuatro visitantes pirograbados. Es la mía, ahora no hay nadie. Entro, me acerco a ella, nada. No lo entiendo. ¿Habrá dejado de quererme?
- ¿Qué pasa chico? ¡Mi chicorrote! - mi cola es la primera en alegrarse, gira como las aspas de un molino - ¡Está contento mi chico!- salto, me acaricia, me estiro, me retuerzo, me levanto, le pongo mi pata en la suya , le saco exageradamente la lengua, abro mis ojos todo lo que puedo.
- ¡Y cómo le gusta que lo acaricien!- ya he hecho todo lo que sé hacer, porque lo de ladrar no procede. Por fin regresó. ¡¡Esta es mi ama!! Ahora seguro que me lleva al parque. Lo hace siempre que remuerde la conciencia y se siente culpable de haber estado tanto tiempo fuera.
- Vamos Dex, chiquitín, vamos al parque.