La bala, en la sien. Sin salida. Los puños, cerrados. Sin entrada. Consigo finalmente abrirte uno tras desencajar cada uno de tus dedos, se me quiebra alguno. Un papel arrugado, Teresa. En el otro, la rabia dibuja cinco pequeñas hendiduras rojas en la palma.
Ha sido ella, estoy seguro, aunque todos los indicios apunten a tu suicidio. Es tu pistola, sí, pero no hay huellas. Ha sido ella: Mira sus ojos, lágrimas de una en una, de ojo en ojo, rítmicas. Mira su boca, esa mueca que está negando al llanto.
De repente, el proyectil sale disparado de tu otra sien y se incrusta vengador en su corazón. Fluye toda la sangre. Cesan todas las lágrimas.
Tardó un poco, pero sólo un poco. Al final la bala encontró el camino de la justicia. Te quedó frío, cortante, pero también poético. Hermoso.
ResponderEliminarAbrazos, Isa.
Muy bueno, Isabel. Me ha gustado, ritmo y esa mezcla de ficción y realidad.
ResponderEliminarQue tengas suerte!
Qué difícil es esa calma de la que hablas, esa venganza disfrazada de justicia. Así debía ser, como tú la describes.
ResponderEliminarUn abrazo
hace días que no´pasaba por el blog.Besos y ánimo, cada cop escrius més bé.
ResponderEliminarEncontró la bala su justo boomerang. Fulminante tu relato. Gracias por seguirme. Te sigo yo ya también.
ResponderEliminarSaludos blogueros Isabel