9 de febrero de 2010

¡Por fin!






















Por fin sola, ya no podía más. Mis suegros, los niños, las comidas, las lavadoras, los horarios, el trabajo, los médicos, las extarescolares,...mi marido, suspiró Cecilia. Al despertar tenía la sensación de seguir allí, en aquel remanso de paz, aquella brisa acariciando su piel desnuda. El  sonido del despertador acabó de sacarla de ese sueño utópico y  la  llevó corriendo a la cocina a preparar los bocadillos de los niños, al armario a buscar las cosas de piscina de Arturito, a la ducha 5 m antes de que la ocupase su marido, a la ardua tarea de despertarlos, al inacabable desayuno, a los lloros, las riñas, los confilctos, a firmar la nota de María, a las prisas. Entonces sintió un cosquilleo en uno de sus pechos, abrió los ojos lentamente y espantó a aquel pajarraco inoportuno que había roto en pedazos aquel sueño hermoso en el que  no estaba sola como ahora.

3 comentarios:

  1. Los que viven solos pueden añorar todo ese ajetreo, como los que viven ajetreados desear la soledad. ¿No podríamos encontrar un punto intermedio? Un microrrelato encantador.

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  2. Es que las apariencias engañan,y al final, todo cansa. Un saludo

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  3. Gracias Isael y Cele por vuestras visitas, os invitaría a un café agradecido con pastitas pero andáis muy lejos.

    Un saludo,
    Isabel

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