Un par de piedras planas encastradas en los ojos, negras y brillantes y un mono de felpa azul celeste cubriendo su cuerpecito tierno y frágil, relleno de serrín, le daban aquel aspecto de peluche abandonado e inerte. No fue difícil aprender la técnica, la red estaba plagada de páginas con información detallada del ancestral método. Era su octavo aborto y no estaba dispuesta a enterrar ni un sólo bebé más.
Uff. No me esperaba el final.
ResponderEliminarMuy bueno, Isabel.
Un abrazo.