Un par de piedras planas encastradas en los ojos de ambas cerraduras nos impedían entrar en aquella casona antigua. Llevábamos semanas planeando la visita. Sabíamos que pronto sería derruida y ansiábamos retener con nuestras cámaras las últimas imágenes de su interior. Las leyendas tenebrosas que los lugareños alimentaban sobre ella la hacían aún más atractiva. Por fin conseguimos entrar, sigilosamente, a tientas, en medio de aquella inquietante negrura. Y cómo no iba a ser de noche y dejar de funcionar las dos linternas a la vez, cómo no íbamos a sentir el miedo pertinente con la aparición de los primeros ruidos extraños , cómo no se iba a acercar Soledad a mi cuerpo, estremecida, temblando asustada, como no iba yo entonces a sentirme el ser más feliz de la tierra. Como no: de éso se trataba.
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