25 de febrero de 2011

LAS TETAS DE CANDELA

Estábamos allí por ellas. Hacía años que debieron haber intervenido esas desmesuradas mamas, ya casi abuelas, que le habían hecho la vida imposible, pero nunca eran lo suficientemente grandes.

Era una cuestión de peso. Debían descolgarse de su nacimiento un número determinado de centímetros, ahora no recuerdo cuántos. Sí recuerdo que no lo consiguieron, hace dos años cuando la acompañé a la visita para solicitar por tercera vez la reducción mamaria, la mirada de Candela aquel día, suplicante. Debían alcanzar un tamaño patológico. El protocolo de lo patológico en la Seguridad Social presenta un abanico amplio de posibilidades y grados de sufrimiento que siempre anda rozando los límites de la emergencia, hasta el punto de que, al final, el criterio puede quedar en manos de un sanitario buena persona. Y así fue como Candela, en su cuarta visita, una mañana de 2010, tuvo la gran suerte de que aquel doctor anotase en su informe ese milímetro más de teta que le faltaba.

Desde que nacieron, las tetas de Candela no habían parado de crecer. Crecían hacia todas partes, de todas las maneras, en tres y hasta en cuatro dimensiones. Pero ella era joven y siempre las mantuvo altas como la frente, aunque su espalda se acabase curvando para equilibrar su paso seguro y su coquetería.

Había tenido que hacerse a ellas.

Y soportó hasta la saciedad las miradas de todos: las de hombre, sediciosas, las de mujer, intolerantes, los niños señalando con el dedo, eso no se hace, las de anciano, verdes; las de los jóvenzuelos, descaradas, acompañadas de esa risa adolescente tan escandalosa que usan para reafirmar la frágil personalidad de sus días.

Candela convivía con sus pechos con naturalidad. Y con Damian, su marido. Los colocaba para dormir, los sujetaba a medida, los ofrecía, los cuidaba. Estaba hecha a ellos, los entendía y los soportaba. Pero no paraban de crecer y su capacidad de adaptación y su columna ya no los soportaban.

Lo de Damián, fue mucho más fácil.

Su pánico a las operaciones y los contínuos rechazos del insaciable ente sanitario habían retrasado la intervención. Pero aquí estamos, un año después, acompañando su espera llena de nervios, de ilusión y de miedo. Hoy es el gran día. No tardarán en venir a buscarte. Ese es el peor momento, luego todo pasa, Candela, verás como todo pasa. Estamos todos, el clan siempre está unido aunque sólo sea en estas ocasiones en las que se nos toca la sangre. Besos y manos que se aprietan por si acaso representando una de esas extrañas despedidas quirúrgicas de gorros verdes y camas que caminan, de celador simpático que le quita hierro al tema, de especial sensibilidad.

Candela ya duerme, ahora la espera es sólo nuestra.

Los turnos se alternan entre los menús de la cafetería, los cigarrillos furtivos y la espera de noticias en la 2415 de Can Ruti. Nos repartimos, somos muchos, el clan se organiza bien para estas cosas. La tarde se me echa encima. Anochece. Son cinco horas de intervención, doy una vuelta por casa y vuelvo.

Todo ha ido bien. Candela vuelve reducida, aun dormita. Pregunta por su hijos, su cielo. Qué te dije, ya pasó. Aquí estamos.



5 comentarios:

  1. Isabel, está excelentemente escrito, me gustó mucho.
    Un abrazo.

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  2. Pobre Candela. Esperemos que ésta sea la última y sobre todo, que quede satisfecha.

    Por casualidad he descubierto este blog. Es intenso.

    Saludos

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  3. Haces arte de la cruda realidad y eso cambia su destino.

    Chus

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