Ella no necesitaba reyes de su casa, ni corona, ni vasallos entregados, ni infantas caprichosas, ni príncipes azules, ni palacios. Le bastaba con sentirle a su lado, diferentes pero iguales, sin derechos de pernada, libres de marchar o de quedarse.
Con él su alma andaba siempre en zapatillas, medio desnuda, con la caricia a flor de piel y el beso puesto. Nunca entendió el amor de otra manera, ni siquiera en los tiempos de la lucha, cuando la soledad que le impuso su partida, ganaba alguna batalla. Hoy su alma sigue paseando libre y desnuda por la casa, en zapatillas, victoriosa y viva : guardados el beso y la caricia en aquella cajita, con sus cosas.